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Peanuts, mi blog, un sitio donde publicaré cada capitulo de mi novela. Soy principiante en esto, pero espero que os guste, tengo mucho que contar...

sábado, 10 de septiembre de 2011

Capítulo 40

-¿Qué? –Preguntó Eric.
-Que si te gusta, ya sabes. Como has cortado con Bryanna y siempre estás con ella y eso… Pues suponía que…
-¡Qué dices! Vamos a ver, no me gusta. Estoy con ella porque es muy amiga de Danny, y me da pena dejarla sola, porque incluso él no le hace ni caso. Ni siquiera me cae bien, siempre hablando de ella sus cosas. Pero intento ser amable con todos. Además, está de buen ver, no es difícil aguantarla. Pero no le digas nada, no quiero que se deprima, y que ahora la tenga que aguantar Danny. –Contestó este.
Su compañero rió, pero no pude verle la cara. No pude ver nada más, solo estaba todo borroso. Las lágrimas inundaban mis ojos y me impedían ver lo que pasaba. Nunca había sentido nada igual. Nunca me habían hecho tanto daño como en ese momento. Angustiada, salí corriendo lejos, a un lugar donde no me viesen, donde no me pidiesen explicaciones, donde poder llorar y llorar hasta olvidarme de él. Entré en el edificio y comencé a oír pasos, a estas alturas, me daba igual todo. Solo corría. Llegué al baño de las chicas, y entré. Me puse frente un lavabo y me miré en el espejo.
Cerré los ojos con fuerza, entonces oí que se paraban las pisadas, justo en la puerta, como esta estaba cerrada, no podía ver quién era, pero tampoco me importaba. Los abrí, y miré mi reflejo. Las lágrimas que recorrían mis mejillas dejaban un rastro húmedo y brillante, lleno de dolor, y de odio. Le odiaba, había confiado en él, y me mintió. Me había mentido desde que me conoció. De verdad creí que tenía alguna esperanza, y dijo con total seriedad que no le caía bien. Estúpido. ¿Y se quedaba tan cómodo diciendo eso? No sabía que tenía sentimientos, ¿acaso no se notaba? Me daba igual, me daba igual todo. ¿Por qué estuve tan ciega? ¿Por qué dejé a Ryan por Eric? Él me quería, me cuidaba. Hasta ahora Eric solo me ha metido en líos. Estaba llorando, se me amontonaban las lágrimas. Respiré hondo y logré calmarme un poco, en vano.
-Leila, estás ahí, ¿verdad? –Me dijo una voz, la voz de Eric.
No contesté, procuré no hacer ruido. Miré al lavabo y estaba mojado, no de agua, sino de mi propio llanto. Un terrible pesar caía sobre mí. No había solución. Ya no.
-Leila, sé que estás ahí, has dejado de hacer ruido justo cuando he preguntado si estabas. Por favor, sal.
-Sí, claro. ¿Para humillarme más? No me hables, no te dirijas a mí. Búscate a otra de buen ver y vete con ella. Olvídame. –Grité.
No dijo nada más, pero me sentía aun peor. Creí que desahogándome me libraría de mis pensamientos, pero fue al contrario. Aumentaron más. Dolida, me apoyé contra la pared. Sin querer, empujé un espejo, se desestabilizó, y cayó al suelo formando un gran estruendo. Se rompió en muchos pedacitos. Instintivamente cogí uno. Lo puse sobre mi muñeca, suspiré. Comencé a apretar y lo noté entrar en mi piel. Estaba frío, ni siquiera me hacía daño. No quería seguir viviendo, nadie lamentaría mi muerte. Nadie me quería, mis amigas no me invitaban a salir, mis padres me dejaban irme con desconocidos y hacer fiestas en mi casa, Eric me odiaba. No, no iba a aguantar más este sufrimiento, no iba a seguir luchando, ya no.
-Leila, ¿qué haces? Por favor, sal. He hecho mal, pero quiero solucionarlo. –Dijo alterado.
Me frené al instante, no sabía si sería tarde o no, el caso es que iba perdiendo fuerzas, y me dejé caer contra el suelo. El cristal, cayó nuevamente, y se hizo añicos.
Oí el crujir de la pesada puerta, y un grito llamando mi nombre. En ningún momento cerré los ojos, pero no lograba ver con claridad. Vi a Eric quitarse de nuevo la camiseta, y presionarla contra mi muñeca mientras me decía algo. Pero no le entendía. Me cogió en brazos y fue a la enfermería. No tenía fuerzas para moverme, notaba mi propia mano húmeda, y eso me asustaba aún más. Seguí pensando en lo ocurrido, hasta que no aguanté más, y me dormí.
Había gente, estaban hablando. Abrí los ojos otra vez, pero una luz cegadora me impidió vislumbrar nada. Conseguí diferenciar las voces, estaba Eric, un señor cuya voz me era muy conocida, y una mujer, que supuse que era la enfermera. ¿Qué había pasado exactamente? Ah, ya. Eric no me quería, es más, me odiaba, me mintió y no quería seguir con mi vida. ¿Había sobrevivido? O… ¿qué era esa luz tan grande sino? ¿Se habría matado Eric conmigo por amor? En ese momento supe que algo no iba bien, porque estaba comenzando a desvariar. Intenté incorporarme, pero un gran mareo me lo impidió.
-¿Adónde vas? –Me dijo felizmente la mujer. –Necesitas descanso, has perdido mucha sangre, pero ya estás bien.
-No, yo… yo no quiero estar aquí. Por favor, sácame de aquí.- susurré con un hilo de voz. Estaba nerviosa, impaciente.
-No puede, dentro de unas horas la traspasaremos a un hospital en condiciones. Pero no está grave.
-Si no estoy grave, ¿qué hago aquí? –Pregunté con desdén.
Volví a incorporarme, pero esta vez unas manos me lo impidieron. Era Eric, que me sujetaba los hombros y me miraba con tristeza.
-Tus padres no podían venir. Estaban en un entierro. Y da gracias a que no era el tuyo. –Dijo cortante.
Me dolió aun más, pero no lloré. Acababa de sobrevivir a la muerte, no iba a llorar porque el chico al que quería me hablase mal. Tal y como dijeron, me enviaron en una ambulancia a un hospital cercano, allí me iban a dejar sin poder moverme hasta mañana. A mi lado, mi único acompañante era una barra de metal que tenía una bolsita roja. Esta tenía un cable que se conectaba directamente a mi brazo, me inyectaban sangre de algún donante anónimo que probablemente había conseguido que viviese más horas. No debía haberlo hecho, no debí.
A la noche entraron mis padres, vi a mi madre llorando y a mi padre con los ojos rojos. Me besaron en la frente y se sentaron. Hablaron conmigo, y les conté con sinceridad lo ocurrido. Fuera oía más voces, supuse que eran las chicas. Más tarde conseguí conciliar el sueño mientras ellos me consolaban…
Me despertaron y me dieron el alta. Me encontraba a la perfección, fuerte, y con ganas de hablar con Eric. Ese día no fui al instituto, me quedé en mi casa. Me habían hecho 2 puntos en la muñeca, y ahora tenía una venda que me quitarían el viernes. Mientras tanto no podía hacer esfuerzo o los puntos saltarían. Por suerte, no había cortado una vena grande, solamente capilares, y músculos. Mis padres parecían tristes, y me reprendieron. Creí que no me querían, pero solo lo dije por mi propio egoísmo, me di por vencida muy pronto. ¿Eric quería arreglar las cosas? Se las vería conmigo.
Entré el miércoles al instituto, y a primera hora Eric y yo fuimos a ver al Coordinador para que nos ayudase con los problemas. No necesitaba a nadie que me dijese qué tenía que hacer o decir, pero eran las normas.
-Veamos… ¿Por qué tuviste esa reacción tan repentina de cortarte las venas? –Preguntó el Coordinador.
-¿Tengo que contarlo todo? –Dije. Él asintió.- Esta bien, Eric –hice hincapié en su nombre- es el chico que me gustaba desde hacía un tiempo, y dijo que me odiaba, que no me aguantaba…
-Pero… -Se defendió este.
-Todo había sido una mentira, me había tratado bien por pena, cuando me demostraba que ahí había una amistad. Yo… me creía que éramos amigos. –Le interrumpí conteniendo las lágrimas. –Estaba fatal, no quería seguir sufriendo tanto, así que decidí matarme. –Concluí bruscamente.
Ambos se quedaron quietos, un poco impactados por la explicación que hice.
-¿Tienes algo que decir, muchacho? –Preguntó a Eric.
-Sí, bueno…

1 comentario:

  1. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
    Simplemente te digo: 41, ¡CAPÍTULO 41 YAAAAAA!

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